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El mencionado estudio es, como ya ha quedado dicho, prolijo en datos e informaciones. Por ejemplo, se señala que la carne de cerdo tiene una cantidad de ácido oleico de entre el 40 y el 45%. Claro que un cerdo ibérico (de nombre científico sus scrofa mediterraneus) no es un cerdo convencional. Así que el cerco ibérico, debido tanto a unas características genéticas particulares y como a unos modos de explotación diferentes a los aplicados a otras razas porcinas, tiene un contenido de ácido oleico aún mayor que las de sus otros primos: entre el 56% y el 58%.
En cuanto a cuál es el nivel de incidencia que estos porcentajes tienen en nuestra salud el jamón ibérico, hay que señalar que, con respecto a la grasa del jamón ibérico que consumimos en nuestra dieta, ésta desempeña un factor fundamental en la composición de los lípidos plasmáticos y en el desarrollo de arteriosclerosis. El componente principal de la grasa son los ácidos grasos, éstos se dividen en saturados, poliinsaturados y monoinsaturados.
Por todas estas razones –y aún otras más que no cabrían en el espacio divulgativo de esta nota- el incremento en la dieta de ácidos grasos saturados conlleva un aumento del colesterol total y de la fracción aterogénica (colesterol-LDL) mientras que el de ácidos grasos poliinsaturados tiene el efecto contrario. Además, y con respecto a los ácidos grasos monoinsaturados, se ha demostrado que son eficaces reductores del colesterol.
Además, es un alimento bajo en calorías y con un gran rico aporte de vitaminas, además de contener un 50% más de proteínas que las carnes frescas.